lunes, 30 de enero de 2017

Exposiciones de Educación Cultural





Historia de Mérida






En tiempos Pre-Hispanicos el territorio que hoy conforma el Estado Mérida estuvo habitado por diversos grupos indígenas, algunos habitaban en las regiones altas y frías del estado y otros en las regiones bajas y cálidas. Uno de estos grupos indígenas fueron los Timoto-Cuicas, pertenecientes a la cultur Pre-Hispánica Incaica, la más avanzada dentro de las Culturas Pre-Hispánicas Venezolanas. También estaban los Torondoyes, los Timotes, Mucurubaes y Escagueyes que ocupaban las regiones altas y frías del norte de Mérida; así como los Bailadores, Chinatos, Mocoties y Jirajaras que ocupaban la zona del sur. Actualmente muchos pueblos de Mérida deben su nombre a estos grupos indígenas.
Se dedicaban a tejer, a la elaboración de objetos de cerámica, y a la agricultura. Realizaban sus cultivos en “Terrazas”, que consiste en la construcción en terreno inclinado de planicies escalonadas, para evitar la erosión y el agotamiento del suelo. Esta es una técnica que se practica aún en nuestros días. Según los historiadores, los conquistadores españoles denominaron a esta técnica de cultivo “Andenes”, lo cual dio origen al nombre de nuestra región: Los Andes. 


El estilo de vida de cada uno de estos grupos indígenas se diferenciaba, especialmente por el tipo de viviendas que construían, así como en su vestimenta. Los indígenas de las regiones altas y frías necesitaban mayor abrigo contra el clima templado, así que sus viviendas eran hechas a base de piedras con paredes altas para conservar el calor interno. Por otra parte los indígenas de las regiones cálidas del sur hacían sus viviendas de bahareque, una mezcla de barro y paja, por lo que sus hogares eran más frescos en el interior. 

El nombre de Mérida tiene su origen en España. Los romanos en el siglo 26 A.C fundaron la ciudad de “Emerita Augusta”, que hoy en día conforma la ciudad de Mérida en España y cuyo nombre “Emerita” en su deformación al español se traduce: Mérida. 

Mérida fue fundada por el Capitán Juan Rodríguez Suárez, quien nació en Mérida de Extremadura en España y dio el nombre de Santiago de Los Caballeros de Mérida a nuestra ciudad en honor a la tierra que lo vio nacer.

La ciudad fue fundada el 9 de octubre de 1558 cerca de San Juan de Lagunillas, pero en 1561 fue refundada en su actual sitio con el nombre de Santiago de Los Caballeros de Mérida. Posteriormente se fueron fundando los pueblos actuales y ensamblando con el paso del tiempo la cultura española y la cultura indígena, lo que dio origen a los rasgos indohispanos que caracterizan al Merideño actual.

En 1830 se formó la Provincia de Mérida. Más tarde, en 1856, integra la Provincia del Táchira. En 1881 conforma el Gran Estado de Los Andes. En 1899 queda circunscrita a los términos que antes tenía como estado independiente, pero es en 1909 cuando figura como estado Mérida.



Parque Nacional Sierra Nevada


El Sierra Nevada es el segundo parque nacional en decretarse en Venezuela. En las altas cumbres andinas compartidas por el estado Mérida y el estado Barinas, nacen trece caudalosos ríos que transitan largos y estrechos valles para luego y regar las vastas planicies de la cuenca de Maracaibo y la cuenca de los llanos. Esa capacidad de producir agua abundante para la agricultura, la industria, la generación de electricidad y para el uso cotidiano en los hogares de la región está protegida permanentemente por la figura legal protectora del parque nacional.

Con el afán de proteger las cabeceras de sus ríos, los merideños procedieron a resguardar sus nacientes en la cordillera andina merideña. El parque abarca una gran superficie y una variedad de ecosistemas, debidas a la variación de temperatura y de humedad de los climas de baja, media y alta montaña. Dichas condiciones climáticas abrigan una variada cobertura vegetal en cuyo seno viven especies de plantas y animales que hacen de este parque el más diverso del país.

Tenemos abundante información turística y fotos sobre este parque en la sección de Los Andes

Datos generales
Declaratoria Decreto No. 393 del 02 de mayo de 1952; Gaceta Oficial No. 23.821 del 2 de mayo de 1952. Decreto de ampliación Nº 777 de fecha 14 de agosto de 1985; Gaceta Oficial Nº 33.288 de fecha 19 de agosto de 1985
Ubicación En la Cordillera de Los Andes, ocupando la formación montañosa al Sur-Este de la Falla de Boconó. El Parque ocupa parte de los Municipios Aricagua, Campo Elías, Libertador, Santos Marquina, Rangel y Cardenal Quintero en el Estado Mérida y de los Municipios Bolívar, Pedraza y Sucre del Estado Barinas
Superficie 276.446 has
Altitud 400-5.007 msnm
Precipitación 500-2.400 mm.
Temperatura: Menor de 0 °C en los sectores de máxima elevación. Temperaturas medias de 22°C en sectores hasta los 1.200 msnm

Clima Muy variable, de acuerdo a la altura y la exposición al viento. Templado de altura y bosque de altura tropófito, transicional nublado, frío de alta montaña. De páramo, con vegetación muy escasa y nival, con la roca desnuda sin vegetación.

Cobertura vegetal 

Bosques ombrófilos montanos siempre verdes o bosques nublados andinos. Páramos andinos incluyendo Páramos herbáceos húmedos o desérticos. Bosques semi-deciduos y bosques siempreverdes, bosques nublados andinos, páramos andinos, matorrales xerófilos y cardonales.

Flora

Flores de Frailejón
Abundancia de briofitas y helechos (Jamesonia canescens). Pino aparrado (Podocarpus oleifolius), manteco negro (Ternstroemia acrodantha), frailejonote (Senecio meridanus), cafecito (Faramea killipii), coloradito (Polylepis sericea), frailejón (Espeletia sp.). Hacia el mes de Octubre, luego de la época de lluvias, el páramo florece y cientos de especies de plantas con flores muestran sus bellas formas y colores. En eta época, la intensa y copiosa floración del Frailejón Octubre le da un especial color dorado al páramo.

Tabacote morado y Flores de Lupinus


Fauna

Gallito de las rocas de Perú

El parque es un refugio de especies en peligro de extinción como el oso frontino (Tremarctos ornatus), el cóndor de los Andes (Vultur gryphus) y la ranita endémica Atelopus mucubajiensis. Especies endémicas y de distribución restringida como el perico cabecirrojo (Pyrrhura rhodocephala) y el colibrí chivito de los páramos (Oxypogon guerinii). Otras especies de interés son la lapa andina (Agouti taczanowski), el rabipelado andino (Didelphis albiventris), el venado matacán (Mazama americana) y el jaguar (Panthera onca). Hace más de cincuenta años se introdujo la trucha arcoriris y otras variedades para fomentar la pesca deportiva en las lagunas glaciales. La pesca de trucha está permitida desde mediados de marzo hasta septiembre.
Paisaje, Geomorfología y Geología


Picos Nevados

Relieve con pendientes abruptas con características alpinas y cumbres nevadas todo el año posee la máxima elevación del país. Pico Bolívar (4.980 msnm), Humboldt. (4.942 msnm), Bompland (4.833 msnm). Desde el punto de vista geológico, el parque ocupa vastas regiones de origen Precámbrico y Paleozóico. La elevación máxima de éstas montañas parece haberse alcanzado hacia los últimos tres millones de años. Desde el punto de vista tectónico, la mayor parte del parque pertenece a la placa de Sur América. A la altura de la Laguna de Mucubají, se puede apreciar una pequeña porción de la falla de Boconó, la cual yace a lo largo del eje principal de la cordillera, entre la Placa de Sur América y la compleja porción triangular de la Placa del Caribe que yace entre la Falla de Boconó, la de Montes de Oca y la Sierra de Perijá.
Recursos hídricos

Valle glacial con lagunas

Treinta lagunas grandes y numerosasa pequeñas en su mayoría de origen glaciar. Cursos menores de carácter torrencial que descargan al río Chama en la vertiente norte entre los que destaca el río Nuestra Señora desembocando en el Lagod e Maracibo. Once (11) ríos discurren por la vertiente sur del parque: Santo Domingo, Mucusabiche, BumbúnI, Pagüey Curbatí, Canaguá, Acequia, BumbúnII, Socopó, Batatui y Michai, todos van a contribuir al Río Orinoco.

Zonas de Vida:

Páramo pluvial sub-alpino. Páramo sub-alpino. Tundra pluvial alpina. Muy húmedo montano. Formación nival. Bosque muy húmedo y pluvial. Premontano muy húmedo. Pluvial montano bajo.

Sitios Históricos

Restos de caminerías de piedra y de los antiguos andenes y otras manifestaciones arqueológicas de los pobladores originales del páramo.

Sitios Visitables

Centro de visitantes Laguna de Mucubají. Teleférico y ascensión a Pico Espejo. Es el teleférico mas alto y largo del mundo. Pueblo de los Nevados. Campamento del área recreativa de la Mucuy; y diferentes rutas de excursionistas para el ascenso a los picos nevados.

Accesos

Por la carretera Trasandina ascendiendo desde Barinas y Barinitas y ascendiendo también desde Mérida o desde Valera, pasando el Pico del Águila hacia Apartaderos. Desde el pueblo de Tabay se accede a La Mucuy. Desde Apartaderos se puede visitar Mucubají. Desde Mucuchíes se puede visitar el Valle de Gavidia y su poblado. Hay numerosas rutas para caminatas largas o cortas, además de muy buenas posibilidades para el Andinismo.
Alojamiento y servicios

En hoteles y posadas de Mérida, Mucuchíes, Los Nevados.
Vestimenta y equipos
Equipos para alta montaña vestimenta para temperaturas inferiores a 0°C. No es recomendable ascender mas allá de los 3.500 msnm para excursionistas poco preparados y de poca experiencia. Llevar brújula y cartografía detallada de los sitios hacia donde se piensa ir de excursión.
Oficina de Inparques
Dirección Regional de Inparques, Sector Fondur, Calle paralela a la Av. Las Américas, frente al IVSS, Mérida, Estado Mérida. Teléfono: 0274.262.15.29 Fax: 0274.262.25.64.

Período Colonial


Desde su fundación, Mérida tuvo un papel primario a nivel regional debido a su importante jerarquía como capital de la provincia de Yucatán que incluía un vasto territorio. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, la capital monopolizó los servicios religiosos, administrativos, militares, etc. Los demás centros importantes -Campeche, Valladolid, Bacalar, Izamal, Champotón- eran villas o pueblos con un papel subordinado al sistema instaurado por los españoles.

"El paraíso no es como lo pintan"

Después de fundarse la ciudad de Mérida, fueron otorgados solares a las diferentes instituciones y a los conquistadores para la construcción de sus edificios sedes y habitaciones pero pasada la euforia por el éxito de la campaña que logró la pacificación de las regiones reacias a la conquista y después de la fundación de la capital de Yucatán, los españoles se encontraron ante la necesidad de retener y aumentar la población del nuevo asentamiento a fin de garantizar su permanencia. Mérida fue fundada con poco más de cien vecinos, muchos de los cuales al descubrir que los escasos recursos de la región no respondían a sus expectativas económicas, trataron de abandonar la ciudad en busca de riquezas en otros lugares.

A la escasez de riquezas se sumaban la incomodidad, el clima extremadamente cálido, la carestía de los productos que llegaban a la provincia, la falta de costumbre a los alimentos, el cansancio por la guerra de conquista, etc. que influyeron para que numerosos vecinos decidieran abandonar la ciudad. Esto alarmó a las autoridades y para evitar el despoblamiento de Mérida, se propuso al Cabildo en diciembre de 1542, solicitar al teniente gobernador, las veces que fuera necesario, no otorgar licencias para que los conquistadores abandonaran la provincia.
A esto, Montejo respondió que "ejecutaría lo que le era pedido y que habiendo de dar alguna licencia, daría también parte al Cabildo, para que examinase las causas que proponía quien le pidiese y que si aprobase y justificase, concedería licencia.

Además de la evidente preocupación para retener a los primeros vecinos españoles, se dio especial interés en incrementar su número a través de varias formas: alentando los matrimonios, la procreación y la inmigración. Incluso Landa, en esos momentos Obispo, concedió dispensas de parentesco de consanguinidad y espiritual para que los españoles pudieran contraer matrimonio.
En el siglo XVI, los límites oficiales de la ciudad se extendían tres cuadras hacia el norte y cuatro en dirección este y oeste. Muy novedosa debió ser la ciudad de Mérida en el siglo XVI, pues era el fruto de dos culturas diametralmente opuestas. De la misma manera que Montejo, los otros conquistadores fueron construyendo sus moradas de mampostería con azoteas de vigas de madera y terrados y espesos balcones con barrotes de madera que junto con toda la carpintería, fueron pintados de verde.

"La separación entre razas"



Estas primeras casas fueron de una planta, algunas veces sobre un pequeño terraplén. Constaron de una crujía de cuartos al frente paralela a la calle, además de otra secundaria en un costado y corredores de arcos de medio punto. Su aspecto como el de los demás, era netamente mudéjar.

De los pocos ejemplos que aún se conservan, además de la Casa de Montejo, está la "Casa de la Condesa" (calle 59 entre 62 y 64, actualmente oficinas de Desarrollo Económico del Gobierno del Estado), y otra ubicada en la esquina de las calles 65 y 62, modificada para dar cabida a una institución bancaria.
De esta manera fueron construidas las casas de los españoles hasta 1644, cuando el gobernador Flores de Aldama construyó la primera casa de dos pisos para su morada, actualmente con modificaciones de principios del siglo XIX, edificio conocido actualmente como "La Unión", ubicado a un costado del parque Hidalgo.




La separación de razas fue instaurada desde el nacimiento de la ciudad: el centro era morada exclusiva de pobladores europeos y los indígenas ocuparían los barrios o pueblos, aunque también existió una separación al interior de la población española, como resultado de la posición socioeconómica de sus habitantes. Así, el centro estaba ocupado por las casas de los conquistadores, encomenderos, los descendientes de ambos grupos y por personas que tenían posiciones importantes en la economía, la política o el comercio.

Imagen de la izquierda: Grupo de gente en la explanada de San Benito.


Más allá estaban los ejidos, los arrabales y los naboríos. Según Fray Alonso Ponce, comisario General de los Franciscanos en la Nueva España y quien visitó la provincia en 1589, para tal fecha había cuatro pueblos de indígenas yucatecos: San Juan y Santa Lucía, cercanos a la ciudad, y Santiago y Santa Catarina, más alejados, que junto con San Cristóbal, habitado por naboríos mexicanos, rodeaban la ciudad por todos lados.
Estos barrios por su organización interna, eran verdaderos pueblos y contaban al igual que las otras poblaciones de Yucatán con sus autoridades indígenas: un cacique nombrado por el gobernador de Yucatán y un cabildo compuesto y elegido por los miembros del barrio. Aunque la costumbre al inicio de la dominación española era designar a los caciques de acuerdo con los linajes más distinguidos de la sociedad maya, con el tiempo se fue abandonando esta práctica y a mediados del siglo XVII, tenían más peso los méritos personales que los de los antepasados.

"Los caciques"





Los caciques eran las autoridades más importantes en los pueblos de indios, tanto en la administración de la justicia como en el gobierno y para ello eran auxiliados por los miembros del cabildo y otros funcionarios de menor rango, como por ejemplo los encargados de los mesones, de la noria del pueblo y aún los fiscales que vigilaban que los niños asistiesen a la doctrina cristiana. Sin embargo, las labores fundamentales de los caciques, clave para la buena marcha del régimen social imperante, eran la recolección de los tributos, la asignación de gente para los repartimientos en las haciendas, las labores de fajina en los pueblos y la recolección de las obvenciones religiosas.
Generalmente, estos caciques recibieron el titulo de Capitán durante la época colonial y a todos ellos, así como a sus esposas, debido al cargo que ocupaban dentro de su comunidad, se les daba el tratamiento de don y doña.

Imagen izquierda: Halch Uinic, Cacique maya


"Las epidemias no se hicieron esperar"

El 30 de abril de 1605 Felipe II, rey de España, otorgó a Mérida el título de "Muy Noble y Muy Leal ciudad", y el 18 de agosto de 1613, su escudo de armas que ostenta un león rampante en campo verde y un castillo torreado en campo azul. A fines del siglo XVI, Mérida tenía una población de más de 300 jefes de familia de raza europea, españoles o criollos, todos ellos encomenderos, empleados o propietarios de haciendas o estancias de ganado, comerciantes e industriales.

En términos generales se calcula que el número de españoles en la ciudad probablemente se triplicó entre 1600 y 1700. Según Fray Alonso Ponce, en 1588 había 300 vecinos. En 1636, el Padre Cárdenas Valencia calculó en 400 las familias españoles de Mérida y Fray López de Cogolludo señala la misma cantidad en 1656, después de presentarse la peor epidemia de fiebre amarilla de la época colonial.

Para 1700, el número de familias hispanas llegaba a 900, de acuerdo con un reporte dado por el gobernador en donde señalaba que solo había 1300 varones españoles capaces para defender toda la península de Yucatán. Trasladando dichas cifras a población total, calculando una familia promedio de cinco miembros, se tiene que Mérida probablemente aumentó de 1,500 españoles en 1600 a casi 4,000 o 5,000 en 1700.
Durante los primeros años de la colonia, varias epidemias azotaron Yucatán, 1631, 1648, 1650, etc., y todas ellas afectaron Mérida, dejando una gran cantidad de muertos. Tan sólo en 1649 fallecieron más de 300 personas de la fiebre amarilla, que afectó de manera amplia a muchos españoles que no estaban aclimatados a la zona; varios gobernadores y oficiales fallecieron a causa de la malaria y también muchísimos niños.


"Empezando con el pie derecho"



El siglo XVII llegó con cierta prosperidad económica y Mérida empieza a mostrar relativa madurez, que se refleja en la aparición de las primeras haciendas, la llegada de frailes, oficiales; comerciantes, artesanos, etc., quienes se sumaron a los nacidos en la ciudad y sentaron las bases para el aumento de la población.

Se construyeron nuevas casas de españoles y las hubo de dos pisos, como la del Alguacil Mayor (61 por 62, conocida como El Colon); el Louvre, las casas de las calles 62 por 63 y 65, y 63 entre 62 y 64; el hotel Oviedo (62 por 65), el ex hotel Itzá (59 por 58), la escuela Manuel Serrado (63 por 66) y otras hasta completar unas treinta.
También fueron construidas casas de una sola planta, como la de la calle 62 No. 466; la de la esquina de las calles 60 por 69, otra en la calle 63 frente a Monjas, el actual local del sindicato de Molineros en la calle 63 por 66A y muchas más pero de las cuales pocas sobreviven. Ambos tipos mantienen el esquema alrededor de un patio con arcos tanto de medio punto como conopiles y multilíneos, conocidos en Yucatán como "Isabelinos".




Imagen superior: Edificio hoy no existente ubicado en el centro de la ciudad frente a Monjas


Sus portones de cantería en algunos casos tienen excelentes trabajos escultóricos. De estos se tienen ejemplos en las portadas de la casa del Alguacil Mayor; el acceso a la casa de la calle 62 esquina con 63; la portada que actualmente se encuentra en el Palacio Municipal Y que perteneció a una casa ubicada en la esquina de las calles 58 por 63 o la que se encuentra actualmente en el atrio de la iglesia de Santa Lucía.

Aunque hubo también portadas con decoración de argamasa, actualmente sólo contamos con un ejemplo en la calle 65 esquina con la 50.
Para el número ya considerable de pobladores de diferentes "castas", se construyeron casas de menor tamaño, en algunos casos sin corredores de arcos. Ejemplos de estos son algunas en el camino a la Ermita y la casa de la 65 con 68.
En todas las casas grandes y pequeñas permanece la austeridad de las primeras construcciones, manteniéndose la costumbre de los muros lisos casi sin decoración y pintadas de blanco a la cal, de aspecto netamente moro.
A medida que la ciudad maduraba durante los siglos XVII y XVIII, la preocupación se enfocó en mejorar las condiciones de vida de los pobladores y a ofrecerles más y mejores servicios: iglesias, hospitales, conventos y colegios atendidos por religiosos, instalaciones para el abasto, caminos, etc.


"Los barrios son absorbidos por la expansión"



La triplicación de la población de la ciudad se reflejó en los cambios de uso del suelo, el aumento de los precios de terrenos ubicados en el casco central, la expansión de la ciudad hacia la periferia con la consecuente integración de los antiguos pueblos que la rodeaban y, en suma, en la modificación de la traza instaurada por los fundadores hacia una morfología urbana que se sobrepuso a la original.

De los antiguos barrios del siglo XVI, San Cristóbal, Santiago, San Juan y Santa Lucía, los dos últimos fueron absorbidos por el crecimiento de la ciudad; y luego surgieron San Sebastián, Santa Ana y Mejorada, que rodeando la ciudad le daban un aspecto rural con sus casas de paja, sus albarradas, sus patios sembrados de árboles frutales y su población compuesta en un gran porcentaje de indígenas.
El primer pueblo de indígenas que fue invadido por la ciudad fue el de San Juan. Aunque formalmente se planteaba que en los pueblos no debían residir pobladores blancos, la necesidad de espacio se impuso al criterio étnico. San Juan tenía en 1700 una población compuesta por criollos, mestizos, pardos e indígenas. Los criollos se asentaron en los barrios debido a que sus intereses se encontraban en esta área y sus ingresos no les permitían pagar los elevados precios de los terrenos ubicados en la traza.

El actual suburbio de San Sebastián no aparece en referencias antes de 1600 como uno de los pueblos que rodeaban la ciudad, pero como pueblo operaba ya en la segunda mitad del siglo XVII.


Santiago también resintió inmediatamente la expansión de la ciudad. Los solares que rodeaban la plazuela y la iglesia fueron ocupados por los españoles en 1670. La integración de un pueblo como barrio de la ciudad no era un movimiento unidireccional, la interacción entre la traza y Santiago fue a fines del siglo XVII y esto se observa claramente en los documentos, en los que se registra una gran cantidad de mezcla de pardos, mestizos y criollos viviendo cerca de la plaza de Santiago y como contraparte gran número de indios nativos del pueblo viviendo dentro de la ciudad. Varios de ellos eran gente calificada: carpinteros, sastres, barberos, herreros; otros eran sirvientes.

Imagen de la izquierda: Barrio de Santiago


Al norte de la traza y en la misma secuencia y orden de integración, otros barrios se agregaron (Santa Lucía y Santa Ana), aunque no en forma simultánea; el último no aparece en los registros antes de 1600. Entre 1650 y 1675, Santa Lucía sufrió la misma transformación que San Juan había tenido 25 años antes: la plazuela mayor alrededor de la capilla y las calles adyacentes se ocuparon totalmente de españoles y era un lugar muy apreciado para vivir.

Santa Ana probablemente formó parte en un principio de Santa Lucia; ahí había muchos solares en donde se cultivaban frutas y hortalizas para el consumo de los vecinos de Mérida. Desde 1644 tuvo una iglesia mandada a edificar por deseo del gobernador y Capitán General Antonio de Figueroa y Silva y se abrió una calzada para comunicarla con el centro de la ciudad.

A fines del siglo XVII, el barrio de Santa Ana formaba parte del proceso que más tarde lo convertiría en un suburbio de la ciudad, aunque tardó mucho más que San Juan y Santa Lucía ya que estaba mucho más lejos del centro de Mérida. Tardó igual mucho más que San Sebastián, ya que estaba en un camino poco transitado. Santa Ana pudo haber sido la entrada norte de la ciudad, de una populosa área indígena mientras que San Sebastián estaba en el camino hacia el puerto de Campeche.

Para completar el panorama de la expansión de Mérida hacia su periferia, deben mencionarse los dos barrios localizados al oeste de la traza: Santiago y Santa Catarina. El primero se ubica cuatro cuadras al Oeste y una al norte de la plaza; su plazuela era el límite oeste de la calle de la plazoleta de Mérida -actual calle 59- a sus flancos estaba la propiedad jesuita donada por Martín de Palomar, los patios traseros de las casas del cabildo y gobierno y algunas de las más elegantes residencias de los encomenderos.

Santiago era el pueblo de indios más grande; estaba administrado por un cura de la catedral y según los reportes, también vivían en la zona naboríos mexicanos. Era la cabecera de Santa Catarina, estaba bien ubicado, en la ruta al puerto de Sisal, el segundo puerto más importante de la península durante la colonia.

A fines del siglo XVIII, el crecimiento multidireccional de la ciudad modificó la traza original perdiéndose el sentido ajedrezado inicial; la prolongación de las calles ya no fue siempre rectilínea y algunas manzanas fueron quedando de menos tamaño, estrangulándose unas y ensanchándose otras. Por otro lado, los pueblos se integraron al área española.

Un indicador del proceso de expansión urbana se expresó a través del incremento de la construcción de edificios religiosos, primero como capillas temporales y después de mampostería. Las iglesias eran un símbolo inequívoco de que la población española estaba presente en dichas zonas.


"Hora de modernizar"



Con el reconocimiento de Felipe V como rey de España en 1700, último año del siglo XVIII, terminaba la dinastía de los Habsburgo en España y comenzaba la de los Borbones, que impondrían, durante el siglo XVIII, cambios estructurales e ideológicos, territoriales y administrativos, en la metrópoli y sus colonias, con intención modernizadora. Con ello pretendían salvar su economía y sus posesiones coloniales las que, finalmente, no lograron sostener.

La política borbónica implantada en el siglo XVIII, sobre todo en su segunda mitad, adoptó para las ciudades de sus colonias americanas, medidas de transformación para un más eficiente rendimiento y control de ellas. Esto es lo que se puede considerar la primera modernización de las ciudades americanas. Mérida, entonces, fue trazada y planificada acorde con los principios ilustrados del proyecto borbónico.

Mérida, como la principal del sistema de ciudades peninsulares novo hispánicas con una amplia área de influencia a finales del siglo XVIII, necesariamente requería organizarse bajo los planteamientos conceptuales borbónicos referentes a la modernización de la administración, la economía y su simplificación en cambios inevitables de la cultura de la sociedad, fundamentalmente, en su segunda fase, bajo la regencia de Carlos III.

Organizar el territorio urbano de la ciudad de Mérida y el rural peninsular era imprescindible para controlar y explotar la potencialidad de sus recursos naturales y humanos, establecer un ordenamiento de su superficie en partes registrables e identificables, y conocer a la población, su número con expresión y distinción de su estado y calidades ubicándola en forma específica. La división y organización del área de las ciudades en cuarteles y/o barrios y su respectiva nomenclatura fue necesaria tanto para un efectivo y seguro registro y control de la población, por parte de la monarquía absolutista, como para levantar los padrones municipales con el objeto de establecer la ubicación y localización de personas, llevar a cabo la recaudación de impuestos fiscales y hacendarios, efectuar la vigilancia y seguridad, realizar la higienización de la ciudad desarrollar un sistema de correos, dotarla de alumbrado público, pavimentar sus calles, controlar y distribuir el agua, etc.





La solución urbano-arquitectónica de la aministración borbónica para la organización, control y planeación del crecimiento de la ciudad de Mérida, se realiza fundamentalmente durante las dos últimas décadas del siglo XVIII, iniciándose con José Merino y Ceballos, e intensificándose con el gobierno del primer intendente de Yucatán -Lucas de Gálvez- en los períodos virreinales de Martín de Mayorga al Marqués de Branciforte, durante el reinado de Carlos II a Carlos V.

Imagen de la izquierda: Toma aérea de la ciudad de Mérida en los años 30's


En 1790 se concluyó la Alameda que mandó construir el gobernador Capitán General e Intendente Don Lucas de Gálvez, y en ese entonces, Mérida contaba con alumbrado público en algunas de sus calles con alumbrado; ni que decir que los 17 faroles que iluminaban a la Alameda se convirtieron en auténtica novedad de aquella época en la que, solo las linternas de los serenos ahuyentaban las sombras de la noche.


"Diversión colonial"



Las diversiones durante la colonia eran bastantes y muy diversas: juras de reyes y nacimientos o matrimonios de los príncipes, algunos triunfos militares contra los ingleses o los piratas, advenimientos o consagración de los obispos, actos literarios en la universidad o fiestas religiosas de los Santos Patronos eran los principales acontecimientos que servían a la población colonial para divertirse públicamente. También había juegos de cañas, máscaras, corridas de toros, peleas de gallos, alardes militares, procesiones y funciones religiosas y el indispensable "Tedeum".
También se hacían paseos a las haciendas, quintas y pueblos de las cercanías y a la Alameda, así como las cien leguas de caminos que hizo en su gobierno Lucas de Gálvez.

Las quintas y paseos más visitados eran la "del Obispo" y "Buenos Aires" al norte; la hacienda San Cosme y "Culinaria" al noroeste; la "Santa Catalina" al poniente; la de Barbachano al Sur; "Miraflores" y "Cruz de Gálvez" y el "Limonar" al este, y "Chuminopolis" y "San Pedro" al noreste.
También se representaban comedías a fines del siglo XVIII en un terreno denominado "El Corral", lo que actualmente es la esquina de las calles 59 con 62.
Uno de los festejos más concurridos y populares durante la época de la Colonia era la corrida de toros, que se efectuaba en donde hoy está la Plaza Grande; ahí se levantaba el ruedo para toros, que sin duda debió ser algo muy similar a lo que actualmente vemos en los pueblos del interior del estado cuando se celebra la fiesta respectiva: un tablado levantado con andamios de madera y palmas de huano, en el que la gente entra a presenciar la "lidia" de un toro seguramente criollo, toda vez que los cebúes y auténticos toros de lidia no llegaron a Yucatán sino hasta principios de este siglo.

Cómo se orientaba la población durante la época colonial es digno de mencionarse, ya que la mayoría de los indígenas eran analfabetas, y ni que decir de la mayoría de los soldados que llegaron acompañando a Montejo el Mozo en el último y definitivo intento de conquista de Yucatán, que culminó con la fundación de Mérida. Por eso, señas, leyendas, árboles, muestras, lugares a donde conducían, etc., daban nombre a las calles durante la colonia, costumbre que se prolongó hasta la época del imperio de Maximiliano.
Así se encaminó la capital a una etapa en la que predominaron las revueltas, que poco tiempo dejaron para el crecimiento y mejoría de la ciudad.




Ejemplos de las construcciones coloniales en Mérida son, en el siglo XVI, la iglesia de San Juan de Dios, Iglesia de Santa Lucía (1575), la Casa de Montejo (1542-1549), la Catedral (1598); en el siglo XVII la Iglesia de la Candelaria 1609, de Mejorada (1624), de Santiago (1637-1679) y los Arcos (1690). Del siglo XVIII la iglesia de Santa Ana (1733), el edificio del Ayuntamiento (1741), la ermita de Santa Isabel (1797) y la iglesia de San Cristóbal. Y ya de los últimos años de la Colonia son el mercado Lucas de Gálvez y los portales del Ayuntamiento.

Imagen de la izquierda: Dibujo de la Casa de Montejo



Grupos Aborígenes en Mérida




Antiguas Razas y Pueblos del Estado Mérida


Antes de 1558 gran parte de lo que es actualmente el Estado Mérida estaba habitado por un pueblo de gran antigüedad llamado Tatuy.
Colindando con los Tatuyes o Tateyes, en el mismo Estado Mérida, se encontraban los Timotes, por el Este, en los límites con Trujillo; los Giros (Capuríes, Canaguáes, Chacantáes, Aricaguas y Guaraques) por el Sur, en los límites con Barinas; y los Quiriquires, GüiGüires y Arapueyes por el Norte, junto al litoral del Lago de Maracaibo.
Los Tatuyes o Tateyes se distinguían de todos éstos últimos por su modo de ser pacífico y sedentario, destacándose principalmente en la agricultura con el empleo de técnicas muy semejantes a las de los Incas del Perú.
Hablaban la Lengua Mucu de la que se conservan gran cantidad de palabras que son estudiadas por la rama moderna de la Onomástica que hemos dado en llamar Mucunimia, voz ésta que se forma de la raíz “Mucu” con que designamos dicha lengua, y de “Onoma”, raíz griega que significa nombre. La Mucunimia, por tanto, es el conocimiento y estudio de los nombres en Lengua Mucu de la Cultura Tatuy.
Poseían, además, un Calendario o Quinario sobre la base de 360 días y empleaban para contar el Sistema de Numeración Decimal.
Los Tatuyes o Tateyes (nombre tomado del núcleo principal que residía en la actual meseta de Mérida) formaban pequeñas y numerosas comunidades con denominaciones distintas, según el lugar que habitaban, destacándose entre ellas las poblaciones o asientos indígenas de Mucuchíes, Mucuruba, Tabay, Mucuun (regiones de San Juan y Lagunillas), Mucuño (Acequias y El Morro), Mucutuy, Mucuchachi, Mucujepe y Mocoties o Mucuties.





La Cosiata: La revolución de los morrocoyes (1816)

El movimiento La Cosiata o conocida también como "la revolución de los morrocoyes", fue un movimiento político llevado a cabo por José Antonio Páez que estalló en la ciudad de Valencia el 30 de abril de 1826, y llevó a la disolución de la Gran Colombia en 1830.

El objetivo inicial de La Cosiatafue exigir la reforma de la constitución de Cúcuta (constitución de la Gran Colombia) y anunciar su rompimiento con las autoridades de Bogotá, aunque manteniéndose bajo la protección del Libertador. La intención de esta revolución llevada a cabo por el General José Antonio Páez no fue separar a Venezuela de la Gran Colombia, sin embargo eso fue lo que sucedió.

Según investigaciones realizadas por el profesor e Historiador José M, Ameliach “La Cosiata fue el principio del fin”; así lo plasmo el diario el Informador de Barquisimeto en el 2012, como una manera de designar la confusión que reinaba en el departamento de Venezuela, el movimiento lo encabezo el general José Antonio. Ante la amenaza de una guerra civil, Bolívar debió trasladarse a Venezuela para encontrar una solución a la grave situación del país, ratificó a Páez como jefe Civil y Militar, y otorgó una amnistía general.

Los críticos de Páez consideraron que con este evento se traicionó a Simón Bolívar y la idea unificadora que este poseía. Otros sin embargo concluyen que estos acontecimientos se veían venir desde el nacimiento de la república de la Gran Colombia, ya que al constituirse la misma se adoptaba un sistema de tipo centralista en manos de las élites políticas y económicas neogranadinas, aunado a ello las autoridades venezolanas tenían que estar supeditadas a la decisión del senado de Colombia (Nueva Granada, Venezuela y Ecuador), perdiéndose en teoría los años de lucha independentista y logros de libertad alcanzados en el campo de batalla. Es este el evento el que en definitiva marcará el nacimiento de la República de Venezuela mutilada territorialmente a causa de las medidas arbitrarias tomadas por el estado colombiano desde ese entonces.


Una gran molestia causó la constitución de Cúcuta en los venezolanos, la cual fue jurada en Caracas bajo protestas de la municipalidad Santander en la Vicepresidencia de la República, y la escogencia de Bogotá como capital, fueron también puntos de discordia. En Venezuela, pues, se veía con disgusto una unión con los granadinos que poco la favorecía.
Ante el temor de una supuesta Santa Alianza, mediante la cual se estaría formando en Europa un poderoso ejército para reconquistar a América, Santander decreta el 31 de agosto de 1824 un alistamiento general de todos los ciudadanos, de dieciséis hasta cincuenta años, con las excepciones del caso. Entonces para finales de 1825 Páez decide hacer cumplir el decreto de aislamiento. Páez ordenó a los batallones Anzoátegui y Apure que hagan una total y verdadera recluta entre todos los ciudadanos que encontraran.
El 30 de Abril 1826 el Consejo Municipal de Valencia realiza otra reunión para acordar el proceder a partir de allí, debido a que la magnitud que había alcanzado el amotinamiento en la población valenciana para aclamar a José Antonio Páez y pedir su reposición como Comandante General había sobrepasado las expectativas. Páez asumió el gobierno de Venezuela y se comprometió a no obedecer órdenes del Gobierno Central de Bogotá.


El Consejo de Caracas, el cual originalmente había acusado a Páez y ocasionara en parte su suspensión, le brindó el apoyo en sesión multitudinaria del 5 de mayo de 1826, sumándose al pronunciamiento de Valencia. A partir de ese momento surgieron combates entre tropas rebeldes y leales a la Constitución de Colombia. Cuando Páez llegó a sitiar nuevamente Puerto Cabello, la mitad del “Batallón Apure" se amotinó en defensa de la Constitución de Colombia.

Para el año de 1826 se presentía un inminente enfrentamiento entre Santander, Bolívar y Páez. Este último convoca a elección de diputados con la finalidad conformar un nuevo congreso constituyente para el mes de enero de 1827 el cual le daría un nuevo sistema legal al país. Bolívar al verse enterado de esta situación sale desde Lima rumbo a Venezuela el 4 de septiembre de 1826, arribando a Puerto Cabello el 31 de diciembre. Días después en la población de Naguanagua se encuentra con Páez, donde reafirman su unión libertadora, finalmente entraron juntos a Valencia y Caracas, ciudad última donde el Libertador otorga una amnistía general a los involucrados en La Cosiata y ratifica a José Antonio Páez como Jefe Civil y Militar del Departamento de Venezuela.

El 2 de Abril de 1828, a causa del movimiento iniciado por General José Antonio Páez y otros que igualmente buscaban la revisión de la Constitución de la Gran Colombia, se realizó lo que se conoce como la Convención de Ocaña con el objetivo de elegir el congreso constituyente que modificaría la Constitución de Cúcuta. Los asistentes a dicha convención fueron diputados de los Departamentos de Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela, estos a su vez se conformaron en dos bandos, los Centralistas encabezados por Simón Bolívar y los Federalistas liderado por Francisco de Paula Santander del lado Colombiano y José Antonio Páez del lado Venezolano, teniendo más adeptos este último grupo.

Bolívar con su ferviente deseo de ver una Gran Colombia unida frente a las agresiones internas y externas, decide hacer imponer su voluntad, estableciendo así una dictadura como último recurso. En agosto de 1828 presenta una nueva Constitución con una marcada tilde centralista y por vez primera un sistema presidencial vitalicio en la que este podía tener la facultad de nombrar su sucesor.

Congreso admirable, fundación de la república
El 24 de diciembre de 1828 Símon Bolívar convocó una Asamblea Constituyente para conciliar diferencias políticas que amenazaban con disolver la Gran Colombia, incluyendo aquellas que comenzaron con el movimiento político de La Cosiata en 1826. No obstante, la consecuencia inmediatamente posterior fue la disolución de la Gran Colombia y la formación de la República de Venezuela.

El Congreso Admirable fue la asamblea constituyente convocada por Bolívar y que se reunió entre el 20 de enero y el 11 de mayo de 1830 en Bogotá, en la Gran Colombia. A la vez que el congreso sesiona recrudecen los esfuerzos separatistas en Venezuela fomentados por José Antonio Páez y la oligarquía caraqueña que lo apoya. Bolívar pide poderes dictatoriales al Congreso para entrevistarse con Páez en Mérida y remediar la crisis pero son denegados. El 29 de abril se promulga la constitución que establece a la Gran Colombia como un país con un sistema político republicano, con gobierno alternativo y estructura centralista, nombra presidente de la república a Joaquín Mosquera y vicepresidente a Domingo Caicedo y clausura sus sesiones el 11 de mayo.

El mismo tiempo Páez decide formar un Gobierno Provisional al constituirse en Jefe de la Administración y expide un decreto donde convoca a la elección de diputados para un Congreso Constituyente que se reuniría en la ciudad de Valencia el 6 de mayo de 1830, el cual culminó con la creación de la República de Venezuela y el establecimiento de Valencia como capital provisional.



Simón Bolívar

Si se forzase a los historiadores a designar el más decisivo protagonista de los convulsos procesos que, en las primeras décadas del siglo XIX, condujeron a la emancipación de la América Latina, no hay duda de que resultaría elegido el militar y estadista venezolano Simón Bolívar (1783-1830), justamente honrado con el título de «Libertador de América». Tras no pocos reveses, Simón Bolívar lideró las campañas militares que dieron la independencia a Venezuela, Colombia y Ecuador. Y al igual que otro insigne caudillo de la independencia, José de San Martín, Bolívar comprendió la ineludible necesidad estratégica de ocupar el Perú, verdadero centro neurálgico del Imperio español. Las victorias de Bolívar en la batallas de Junín y de Ayacucho (1824) significaron la caída del antiguo Virreinato, la independencia de Perú y de Bolivia y el punto final a tres siglos de dominación española en Sudamérica.


Simón Bolívar

Tal fue la trascendencia de su figura que ha podido afirmarse que, en el ámbito sudamericano, la historia de la emancipación es la biografía de Bolívar y parte de la de San Martín. Y no menos admirable resulta su total entrega al ideal emancipador, causa a la que había jurado consagrarse con sólo 22 años en un evocador escenario: el Monte Sacro de Roma. Políticamente, su sueño fue unir las colonias españolas liberadas en una confederación al estilo estadounidense; tal proyecto se materializó en la «Gran Colombia» (1819-1930), que presidió el mismo Bolívar y llegó a englobar Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá. Pese al realismo y rigor de su pensamiento político (siempre juzgó que era preciso adaptar las doctrinas europeas a la realidad americana), el éxito no le acompañó en la monumental empresa de configurar las nuevas repúblicas; sometida a la presión de los caudillismos y las reivindicaciones territoriales, la desmembración de la Gran Colombia también hubiera sido inevitable sin el prematuro fallecimiento de Bolívar.

Biografía

Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios nació en Caracas el 24 de julio de 1783. Venezuela era entonces una Capitanía General del Reino de España entre cuya población se respiraba el descontento por las diferencias de derechos existentes entre la oligarquía española dueña del poder, la clase mantuana o criolla, terratenientes en su mayoría, y los estratos bajos de mulatos y esclavos.

Los criollos, a pesar de los privilegios que tenían, habían desarrollado un sentimiento particular del «ser americano» que los invitaba a la rebeldía: "Estábamos (explicaría Bolívar más tarde) abstraídos y, digámoslo así, ausentes del universo en cuanto es relativo a la ciencia del gobierno y administración del Estado. Jamás éramos virreyes ni gobernadores sino por causas muy extraordinarias; arzobispos y obispos pocas veces; diplomáticos nunca; militares sólo en calidad de subalternos; nobles, sin privilegios reales; no éramos, en fin, ni magistrados ni financistas, y casi ni aun comerciantes; todo en contravención directa de nuestras instituciones".

Ésta era, por lo demás, la clase a la cual pertenecían sus padres, Juan Vicente Bolívar y Ponte y María de la Concepción Palacios y Blanco. El niño Simón era el menor de cuatro hermanos y muy pronto se convertiría, junto a ellos, en heredero de una gran fortuna. Bolívar quedó huérfano a los nueve años de edad, pasando al cuidado de su abuelo materno y posteriormente de su tío Carlos Palacios; ellos velarían por su educación, aunque también la negra Hipólita, su esclava y nodriza, continuaría cuidando del muchacho.


La lección de Andrés Bello a Bolívar, de Tito Salas

Entre los valles de Aragua y la ciudad de Caracas discurrió la infancia y parte de la adolescencia del joven Simón. Combinaba sus estudios en la escuela de primeras letras de la ciudad con visitas a la hacienda de la familia. Más tarde, a los quince años de edad, los territorios aragüeños cobrarían un mayor relieve en su vida cuando, por la mediación que realizó su tío Esteban (ministro del Tribunal de la Contaduría Mayor del Reino ante el rey Carlos IV), fue nombrado subteniente de Milicias de Infantería de Blancos de los Valles de Aragua.

Mientras esto sucedía, tuvo la suerte de formarse con los mejores maestros y pensadores de la ciudad; figuraban entre ellos Andrés Bello, Guillermo Pelgrón y Simón Rodríguez. Fue este último, sin embargo, quien logró calmar por instantes el ímpetu nervioso y rebelde del niño, alojándolo como interno en su casa por orden de la Real Audiencia, lo cual sería la génesis de una gran amistad. Pero ni el apego al mentor ni el ingreso en la milicia fueron suficientes para aquietar al muchacho, y sus tíos decidieron enviarlo a España a continuar su formación.

La estancia en Europa

Corría el año 1799 cuando Bolívar desembarcó en tierras peninsulares. En Madrid, a pesar de seguir sus estudios, el ambiente de la ciudad le seducía: frecuentaba los salones de lectura, baile y tertulia, y observaba maravillado la corte del reino desde los jardines de Aranjuez, lugar éste que evocaría en sueños delirantes en su lecho de muerte. Vestía de soldado en esos tiempos en los cuales España comenzaba a hablar de Napoleón, y así visitaba al marqués de Ustáriz, hombre culto con quien compartía largas tardes de conversación.

En una de ellas conoció a María Teresa Rodríguez del Toro, con quien se casaría el 26 de mayo de 1802 en la capilla de San José, en el palacio del duque de Frías. Mientras Bernardo Rodríguez, padre de la muchacha, decidía dar largas al compromiso, Bolívar los siguió hasta Bilbao y aprovechó para viajar a Francia: Bayona, Burdeos y París. Inmediatamente después de la boda, los recién casados se trasladaron a Caracas y, a pesar de los resquemores que canalizaban los criollos a través de sus conspiraciones, Bolívar permaneció junto a su esposa, llevando una vida tranquila. Esta serenidad conyugal, sin embargo, no duraría mucho: María Teresa murió pocos días después de haberse contagiado de fiebre amarilla, en enero de 1803. Bolívar, desilusionado, decidió alejarse y marchó nuevamente a Europa.

Mientras el caraqueño Francisco de Miranda, desde Estados Unidos y las Antillas, reunía pacientemente apoyos para una expedición militar que diese la independencia al país, los acontecimientos en Venezuela comenzaban a tomar aires de revuelta. Ajeno a todo aquello, Bolívar se reunió con su suegro en Madrid, para trasladarse a París en 1804. A la sombra de Napoleón Bonaparte (quien no tardaría en proclamarse emperador de Francia) se había formado una clase aristócrata, hallada entre la burguesía, que se reunía en los grandes salones a los cuales asistía Bolívar en compañía de Fernando Toro y Fanny du Villars.


El juramento del Monte Sacro

Allí el joven Bolívar, especie de dandy americano, se contagiaría poco a poco de las ideas liberales y la literatura que habían inspirado la Revolución Francesa. Era un gran lector y un interlocutor bastante interesado en la política de la actualidad. En esos tiempos conoció al eminente naturalista alemán Alexander von Humboldt, expedicionario y gran conocedor del territorio americano, quien le habló de la madurez de las colonias para la independencia. "Lo que no veo (diría Humboldt) es el hombre que pueda realizarla".

Su antiguo preceptor, Simón Rodríguez, se hallaba por entonces en Viena; Bolívar, al enterarse, corrió en su búsqueda. Posteriormente el maestro se trasladó a París, y en compañía de Fernando Toro emprendieron un viaje cuyo destino final era Roma. Cruzaron los Alpes caminando hasta Milán, donde se detuvieron el 26 de mayo de 1805 para presenciar la coronación como rey de Italia de Napoleón, a quien Bolívar admiraría siempre. Después visitaron Venecia, Ferrara, Bolonia, Florencia, Perusa y Roma. En esta última ciudad tuvo lugar el llamado Juramento del Monte Sacro: en presencia de Simón Rodríguez y Fernando Toro, Simón Bolívar juró solemnemente dedicar su vida y todas sus energías a la liberación de las colonias americanas.

La gestación de un ideal

Evidentemente, tal propósito y convicciones no habían nacido en Bolívar de forma espontánea o repentina; el fervor del momento y sus conversaciones con importantes intelectuales (empezando por su maestro Simón Rodríguez) le habían hecho comprender la injusticia que entrañaba el sometimiento de América al yugo de España. Tras tener noticia de las fallidas expediciones libertadoras de Francisco de Miranda en Ocumare y la Vela de Coro, Bolívar decidió emprender el viaje de vuelta.

Tras una corta estancia en Estados Unidos, Bolívar regresó a mediados de 1807 a Caracas, donde hubo de retomar sus antiguas ocupaciones de hacendado. José Antonio Briceño, un vecino de tierras y fincas, le esperaba con un cerco en sus tierras; tal asunto debía resolverse cuanto antes. Pese al fracaso, las incursiones de Miranda habían tenido la virtud de adherir algunos caraqueños al proyecto emancipador; sin embargo, la gran mayoría de los criollos se conformaba con rebelarse pasivamente violando las normas que se dictaban desde España.


Simón Bolívar

En 1808 Bolívar se había ya incorporado a las actividades conspirativas. Ese mismo año tuvieron lugar gravísimos sucesos en la metrópoli: Napoleón invadió la península, mantuvo retenidos en Bayona a Carlos IV y a su hijo Fernando VII y dio la corona a su hermano José I Bonaparte. Tal usurpación desencadenó la Guerra de la Independencia Española (1808-1814), convulsa etapa en la que los continuos combates contra el invasor y el rechazo popular al impuesto rey francés ocasionaron un vacío de poder en España, cubierto apenas con el establecimiento en Sevilla de la Junta Suprema de España e Indias (27 de mayo de 1808).

La situación era propicia para que Martín Tovar y Ponte, entonces alcalde de Caracas, presentara a la Capitanía General un proyecto para crear una junta de gobierno adscrita a la Junta Suprema de Sevilla, expresando así las demandas criollas de participación política. En un comienzo, las autoridades coloniales se mostraron reacias al proyecto, pero posteriormente, ante el vacío de poder que se había producido, decidieron pactar con los conspiradores. Enterado de la situación, Bolívar abrió las puertas de una casa de verano familiar (la Cuadra de Bolívar) para acoger las reuniones. Se negó categóricamente a participar en cualquier alianza; para él, debía clamarse por la emancipación absoluta.

En las vísperas del jueves santo de 1810, arribaron a la ciudad los comisionados del nuevo Consejo de Regencia de Cádiz, órgano de gobierno que actuaba en la península en sustitución de Fernando VII, tras haber relevado a la Junta Suprema. Fueron recibidos por Vicente Emparan, máxima autoridad colonial en tanto que gobernador y capitán general de Venezuela, pero al día siguiente los criollos lo sitiaron y lo obligaron a dirigirse al cabildo. La mitología venezolana recoge de esta fecha (19 de abril de 1810) el instante en el cual Vicente Emparan se asomó al balcón del cabildo de Caracas para interrogar al pueblo enardecido acerca de su predisposición a continuar aceptando su autoridad, con el clérigo José Cortés de Madariaga detrás de él haciendo señas con el dedo al pueblo para que negasen. Tras un rotundo "¡No!" por parte de la población, Vicente Emparan cedió: "Pues yo tampoco quiero mando".

Comenzaba así la famosa revuelta caraqueña que, sin proponérselo, daba inicio al proceso de independencia de Venezuela. Se constituyó la Junta Suprema de Venezuela, órgano gubernativo teóricamente fiel al rey Fernando VII que, entre otras disposiciones, nombró a Simón Bolívar coronel de infantería y le asignó la tarea de viajar a Londres, en compañía de Andrés Bello y Luis López Méndez, en busca de apoyos para el nuevo gobierno.

En Londres fueron recibidos por el ministro de Asuntos Exteriores, Lord Wellesley, quien después de varias entrevistas terminó por mantenerse neutral frente a la situación. Bolívar, a pesar de ver frustrado el intento, encontró en esta coyuntura una reorientación y clarificación de sus ideas sobre la emancipación de la América Latina. El momento clave fue su entrevista en Londres con Francisco de Miranda, ideólogo y visionario de la independencia de América, quien ya había ideado, entre otras cosas, un proyecto para la construcción de una gran nación llamada «Colombia», que había de reunir en su seno a todas la antiguas colonias, desde México hasta Chile y Argentina. Bolívar se empapó de las ideas del gran precursor y las reformuló a lo largo de una campaña que duraría veinte años.

Bolívar regresó a Caracas convencido de la misión que había decidido atribuirse. Miranda no tardaría en seguirlo; su figura era algo mítica entre los criollos, tanto por el largo tiempo que había pasado en el exterior como por su participación en la independencia de Norteamérica y en la Revolución Francesa. Casi nadie lo conocía, pero Bolívar, convencido de la utilidad de Miranda para la empresa que se iniciaba, lo introdujo en la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía, creada en agosto de 1810.

La independencia de Venezuela

Partidarios a ultranza de proclamar una independencia absoluta para Venezuela, Bolívar y Miranda instaron a los miembros de la Sociedad Patriótica a pronunciarse en ese sentido ante el Congreso Constituyente de Venezuela, reunido el 2 de marzo de 1811. Fue a propósito de ello que Bolívar dictó su primer discurso memorable: "Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana. Vacilar es perdernos". El 5 de julio de 1811, el Congreso Constituyente declaró la independencia y se aprobó la Constitución Federal para los estados de Venezuela.

La primera República se perdió como consecuencia de las diferencias de criterios entre los criollos, de los resentimientos entre castas y clases sociales, y de las incursiones de Domingo Monteverde (capitán de fragata del ejército realista) en Coro, Siquisique, Carora, Trujillo, Barquisimeto, Valencia y, finalmente, Caracas. Estaba claro que una guerra civil iba a desatarse de inmediato, pues la empresa en cuestión era todo menos monolítica. Bolívar tomaría conciencia del carácter clasista de la guerra y reflexionaría sobre ello a lo largo de todas sus proclamas políticas.


Simón Bolívar

En esta oportunidad, sin embargo, le tocó defender la República desde Puerto Cabello. A pesar de su excelente labor política y militar en defensa del castillo, todo fue inútil; las fuerzas del otro bando eran superiores, y a ello se le sumaba la ruina causada por los terremotos ocurridos en marzo de 1812. El 25 de julio se produjo la capitulación del generalísimo Francisco de Miranda; si bien era necesaria en su opinión, Miranda no había consultado a sus compañeros, y la rendición llenó de ira a Bolívar, quien, al enterarse de los planes de Miranda de abandonar el territorio, participó en su arresto en el puerto de La Guaira: "Yo no lo arresté para servir al rey, sino para castigar a un traidor".

La estrategia de Bolívar fue entonces huir hacia Curazao, desde donde partió a Cartagena, en la costa caribeña de Colombia. El 27 de noviembre de 1811, Cartagena y otras ciudades del Reino de Nueva Granada (actual Colombia) habían proclamado su independencia y constituido las Provincias Unidas de Nueva Granada. La intención de Bolívar, arropada en el manto de un discurso deslumbrante, era encontrar apoyo en las fuerzas neogranadinas para emprender la reconquista de la República en la vecina Venezuela. "Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas, y políticas": con estas palabras se iniciaba el Manifiesto de Cartagena, carta de presentación de Bolívar ante el Soberano Congreso de las Provincias Unidas de Nueva Granada, en la cual trazaba un diagnóstico de la derrota al tiempo que ofrecía sus servicios al ejército de esa región. Los granadinos lo acogieron otorgándole el rango de capitán de la guarnición de Barrancas.

Bolívar libró unas cuantas batallas, incluso desobedeciendo órdenes, y bajo el mismo procedimiento inició su arremetida hacia Venezuela. En mayo de 1813 emprendió la «Campaña Admirable», gesta que consistió en la reconquista de los territorios del occidente del país (mientras, de forma simultánea, Santiago Mariño tomaba los de oriente) hasta entrar triunfalmente en Caracas en agosto del mismo año. A su paso por Mérida le llamaron «el Libertador», y con ese título fue ratificado por la municipalidad de Caracas, que lo nombró, además, capitán general de los ejércitos de Venezuela. Pero la Segunda República iba a ser, en esencia, tan efímera como la primera.


Bolívar en la Batalla de Araure (5 de diciembre de 1813)

Estaba claro que la naturaleza de la guerra era cambiante, lo cual no tardaría en demostrarse nuevamente. La astucia con la cual Bolívar intentó polarizar los bandos a través del Decreto de guerra a muerte de 1813 ("Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes. [...] Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables"), no fue suficiente para mitigar las diferencias existentes entre los ejércitos de mulatos y negros frente a la gesta emancipadora. La furia de los ejércitos realistas, al mando del español José Tomás Boves, forzó a los patriotas a abandonar Caracas en julio de 1814. La República caía nuevamente.

Había que repensar la situación. Después de un corto pero victorioso tránsito por la Nueva Granada (dirigió las tropas que ocuparon Santafé de Bogotá, sellando así la adhesión de Cundinamarca a las Provincias Unidas de Nueva Granada), Bolívar marchó hacia Jamaica en mayo de 1815. En Kingston se dedicó a divulgar, a través de una copiosa correspondencia con personalidades de todo el mundo, el propósito de la guerra que se estaba librando en el territorio de la América meridional. Hasta entonces, el mundo sólo conocía la versión de los realistas.

De estos documentos divulgativos, el más famoso es la Carta de Jamaica. En ella reproduce el panorama de todas las luchas que se llevaban a cabo simultáneamente en América, especula acerca del futuro del territorio y adelanta la idea de la unión colombiana. Y es que la escritura fue un capítulo importante en la vida de Bolívar. Puede decirse que el poder que ejercía su pluma le garantizó gran parte de sus triunfos. Revolucionó el estilo de la prosa haciendo de su letra el reflejo vivo de sus pasiones, pensamientos y acciones. Sus amanuenses y secretarios convenían en que los dictados del Libertador "tenían ganada la imprenta sin un soplo de corrección". Al mismo tiempo, desde el despacho de Jamaica, Bolívar preparaba la nueva estrategia para Venezuela.

La «Gran Colombia»

La reconquista de Venezuela tardaría seis años en conseguirse. Las expediciones se iniciaron en la isla Margarita y continuaron su escalada por el oriente en dirección hacia Guayana. La batalla de San Félix (1817) dio a los independentistas la región de Guayana y la navegación por el Orinoco. En 1819, Bolívar emprendió la Campaña de los Andes, y, tras derrotar a los realistas en la batalla de Boyacá (7 de agosto de 1819), obtuvo el control de las Provincias Unidas de Nueva Granada (la actual Colombia), que habían caído en manos de los españoles en 1816. Finalmente, la victoria en la batalla de Carabobo (24 de junio de 1821) selló definitivamente la independencia de Venezuela y Colombia.

Fueron los tiempos del temible general realista Pablo Morillo, al que el absolutista monarca español Fernando VII, repuesto en el trono una vez finalizada la Guerra de la Independencia Española, había encomendado la misión de aplastar toda insurgencia. Vencerlo fue tarea difícil, y Bolívar tuvo que emplear nuevas estrategias de adhesión: proclamó la libertad de los esclavos y ofreció tierras a cambio de lealtad militar. Obtuvo así la colaboración de los ejércitos llaneros al mando de José Antonio Páez, vitales para el desarrollo de la contienda, como también lo fue la ayuda de un importante contingente de soldados y generales europeos, británicos fundamentalmente, quienes anhelaban unirse al Libertador.


Bolívar y Francisco de Paula Santander, vicepresidente de la «Gran Colombia»

Simultáneamente, Bolívar se encargó de la reconstrucción política de la región. En febrero de 1819 convocó el Congreso de Angostura, ante el que pronunció un célebre discurso en el cual instaba a los representantes a promulgar una constitución centralista que había de ser el fundamento jurídico de la soñada República de la Gran Colombia. Presidida por el mismo Bolívar, la «Gran Colombia» quedó constituida ese mismo año, y agrupaba por el momento los territorios de las actuales Venezuela y Colombia.

El sur se encontraba en la mira de la Gran Colombia, es decir, de Bolívar. La liberación y adhesión de las provincias de Quito y Guayaquil (el actual Ecuador) resultaba fundamental para consolidar y mantener la hegemonía en el continente de la recién creada República. Ello fue logrado, desde el punto de vista militar, en la batalla de Pichincha (1822), y desde el punto de vista político, por las negociaciones adelantadas por Antonio José de Sucre y Simón Bolívar, gracias a las cuales la región aceptó integrarse en la Gran Colombia una vez liberada.

El proceso de emancipación de Latinoamérica terminaría en Perú dos años después. El valor estratégico que tenía la conquista y liberación de este territorio por parte del ejército libertador era vital: en tanto que verdadero centro neurálgico del poderío español, la caída del Virreinato del Perú significaría la salida definitiva de los españoles del territorio americano. Tal victoria supondría, además, el triunfo de la ideología bolivariana republicana sobre la propuesta de construir monarquías en los territorios del sur, defendida por la oligarquía peruana y secundada, aparentemente, por otro gran caudillo de la independencia americana: José de San Martín.

En una inolvidable gesta que incluyó la travesía de los Andes desde Argentina, San Martín había liberado Chile en 1817; desde allí, al frente de un nutrido ejército que trasladó por mar, desembarcó en Perú, ocupó Lima en 1821 y proclamó la independencia. Pero apenas un año después, la disensiones internas y el hostigamiento de los realistas, que controlaban de hecho la mayor parte del territorio, habían debilitado sensiblemente su posición. Ambos libertadores se reunieron en Guayaquil en julio de 1822 con el fin de tratar éste y otros asuntos relativos a la guerra. Nunca se supo de qué hablaron Simón Bolívar y José de San Martín, pero el curso de los acontecimientos brinda la evidencia de un profundo desacuerdo; poco después, San Martín renunció a su cargo de Protector del Perú y regresó a Chile.


Tras constituir la «Gran Colombia», Bolívar derrotó a los españoles en Perú, poniendo fin a tres siglos de colonialismo

La definitiva liberación del Perú quedó así en manos de Bolívar. Apenas dos años después, tras hacerse cargo en persona de los preparativos, las batallas de Junín y de Ayacucho (agosto y diciembre de 1824) acabaron con la resistencia realista: la caída del Virreinato del Perú ponía fin a tres siglos de dominación española. En el Alto Perú, liberado en los primeros meses de 1825, se constituyó la actual República de Bolivia, presidida por su lugarteniente Antonio José de Sucre. Culminadas así todas las operaciones militares, Bolívar regresó a rendir cuentas al Congreso colombiano.

Bajo su impulso medio continente había alcanzado la independencia, pero, pese a haber reflexionado largamente sobre la forma de gobierno que convenía a los territorios americanos, ni la fortuna ni la clarividencia le acompañarían en su acción política. Bolívar abogó en todo momento por la edificación de un Estado centralista que lograra cohesionar aquello que, en virtud de una heterogeneidad racial, cultural y geográfica de la que era muy consciente, no resistía la perfección de una federación; pronto se puso de manifiesto, sin embargo, que el proyecto de mantener unidas en confederación a las nuevas naciones era una quimera.

Si bien logró todavía aplacar la sublevación de la Cosiata (1826), Bolívar intentó luego evitar la desmembración de la Gran Colombia invistiéndose de poderes dictatoriales (1828), lo que sólo sirvió como pretexto para que, el 25 de septiembre del mismo año, se perpetrase un atentado fallido contra su persona que minó profundamente su moral. Todo era inútil: el general victorioso en las luchas por la libertad de las naciones se veía vencido en aquella nueva etapa de lucha para la verdadera construcción de las mismas. El 27 de abril de 1830, Bolívar presentó su renuncia ante el que sería el último Congreso de la Gran Colombia. Las pugnas caudillistas y nacionalistas desbarataron toda posible conciliación y condujeron a la separación de Venezuela y Ecuador.

Durante los meses que precedieron a su muerte, el Libertador había de evocar constantemente su amarga derrota política. Recordaba a su último amor, Manuela Sáenz, que al salvarle la vida en el atentado del 25 de septiembre de 1828 se había ganado el título de «Libertadora del Libertador»; también evocaba otros amores y otros atentados. Lloraba la muerte de Sucre, el fiel lugarteniente asesinado el 4 de junio de 1830 en Berruecos; recordaba y deliraba, y así murió, solo y defenestrado de los territorios que había liberado, por causa de una hemoptisis, en la Quinta San Pedro Alejandrino, el 17 de diciembre de 1830. En 1842 el gobierno de Venezuela decidió trasladar los restos de Bolívar, según su último deseo. Desde entonces, su legado ha devenido mito y veneración como fundador de la patria.




Antonio José de Sucre

(Antonio José Francisco de Sucre y Alcalá; Cumaná, actual Venezuela, 1795 - Sierra de Berruecos, Colombia, 1830) Militar y político venezolano, prócer de la independencia hispanoamericana. Tempranamente adherido a la causa emancipadora, la figura de Sucre empezó a cobrar protagonismo cuando, a partir de 1819, se convirtió en uno de los principales lugartenientes de Simón Bolívar, entre los que sobresalió por su pericia estratégica y su inquebrantable lealtad.


Antonio José de Sucre

Bolívar comenzaba por entonces a dar forma al proyecto de la Gran Colombia, confederación al estilo de los Estados Unidos que aspiraba a integrar las colonias españolas liberadas. Proclamada en 1819 en el Congreso de Angostura y presidida por El Libertador, la Gran Colombia agrupó en su fundación los territorios de Venezuela y Colombia. En calidad de lugarteniente de Bolívar, Antonio José de Sucredirigió entre 1821 y 1822 la campaña que incorporó a la Gran Colombia el actual Ecuador.

En la decisiva campaña de Perú, último gran centro del poderío español, acompañó a Bolívar en la batalla de Junín y, por ausencia de éste, dirigió la batalla de Ayacucho (1824), que supuso el fin de la dominación española en el continente; tal victoria le valió el título de Gran Mariscal de Ayacucho. En 1825 ocupó el Alto Perú (la actual Bolivia), en el que quedó establecida la república de Bolivia, que presidió hasta 1828. Víctima de las tensiones que acompañaron la disgregación de la Gran Colombia, fue asesinado dos años después.

Biografía

Pese a pertenecer a una familia patricia venezolana de larga tradición militar al servicio de la Corona española, su padre, el teniente coronel Vicente Sucre y Urbaneja, apoyó la causa emancipadora desde sus inicios. Al igual que el de otras antiguas colonias, el proceso que conduciría a la independencia de Venezuela sufrió numerosos vaivenes: desde 1810 y a lo largo de casi toda la década, patriotas y realistas alternaron victorias y fracasos en sus enfrentamientos, en los que, siguiendo los pasos de su padre, participó activamente el joven Antonio José de Sucre.

Después de haber realizado sus primeros estudios en la escuela fundada por su tía, María de Alcalá, en la ciudad natal de Cumaná, se trasladó a Caracas, donde ingresó en la Escuela de Ingenieros del coronel español Tomás Mires. Como joven perteneciente al sistema militar de la monarquía española, se formó en los valores de orden, disciplina y autoridad, al ritmo de sus estudios de matemáticas, agrimensura, fortificación y artillería. Estos conocimientos y principios serían vitales para el desempeño de Sucre en una carrera que estaba a punto de comenzar.

A los quince años se alistó en el ejército patriota como alférez de ingenieros y participó en la campaña de Francisco de Miranda (1812) contra los realistas, durante la cual ascendió a teniente. Tras el fracaso de este primer intento emancipador, se refugió en la isla de Trinidad, donde entabló contacto con Santiago Mariño, a quien siguió en 1813 en la expedición de reconquista de Venezuela, en la que tomó Cumaná e intervino en la organización del ejército de Oriente.


Antonio José de Sucre

Su arrojo y sus dotes para la guerra determinaron su ascenso a teniente coronel, y como tal tomó parte en la ofensiva sobre Caracas. Sin embargo, vencido su ejército en Aragua y Urica, debió huir para no ser apresado por los realistas; la segunda tentativa independentista había fracasado. Integrado de nuevo en la lucha, en la segunda mitad de 1815 intervino en la defensa de Cartagena de Indias, desde donde pasaría a combatir en la Guayana y el bajo Orinoco.

La participación de Sucre en la empresa de reconquista de los territorios orientales, adelantada por los generales Mariño, Piar, Bermúdez y Valdés, y su posterior servicio al Estado Mayor General de Oriente, significaron para el joven oficial no sólo el desarrollo de sus habilidades y destrezas militares, sino también una toma de postura política frente a las diferencias que existían entre los generales orientales y Bolívar. La guerra se extendía y Venezuela debía decidir en relación con la unidad de sus ejércitos; el temible general realista Pablo Morillo avanzaba por los territorios, y las contradicciones entre los generales venezolanos no permitían dar con una estrategia unitaria.

Lugarteniente de Bolívar

Este marco de circunstancias determinó a Sucre a unirse definitivamente al ejército del Libertador; los argumentos de su adhesión a Bolívar se encontraban asociados al principio del orden y las jerarquías que debían guardarse en el interior de los ejércitos. En 1818 marchó a Angostura, donde Bolívar había instalado su cuartel general.

Simón Bolívar comenzaba entonces a hacer realidad su sueño político: formar una gran federación, al estilo de la estadounidense, con las colonias liberadas del dominio español. A la liberación de Venezuela, consolidada en 1819, se añadió ese mismo año la del virreinato de Nueva Granada (la actual Colombia) tras el triunfo de Bolívar en la batalla de Boyacá. En el Congreso en Angostura (1819) se materializó el nacimiento de la República de la «Gran Colombia», constituida por Venezuela y Colombia y presidida por el mismo Bolívar, a la que pronto se incorporarían Panamá y Ecuador.


Bolívar y Sucre

En Angostura, Antonio José de Sucre se convirtió en uno de los mejores lugartenientes de Bolívar y se ganó la amistad y el respeto del Libertador, quien destacó siempre sus dotes militares y su elevado sentido de la moralidad. Desde ese momento, la lealtad hacia Bolívar y su compromiso con la Gran Colombia sería inconmovible. Sucre fue enviado a las Antillas con la misión de obtener armas para el ejército; más tarde pasó al estado mayor de Bolívar y fue designado integrante de la comisión que firmó el armisticio y la regulación de la guerra en Santa Ana de Trujillo (noviembre de 1820) con el general Pablo Morillo, por el que se pretendía evitar al máximo los efectos de la guerra sobre la población civil.

La liberación de Ecuador

En 1821 le fue confiada la dirección de la campaña del Sur, que tenía como objetivo liberar los territorios correspondientes a la Real Audiencia de Quito y promover su adhesión a la Gran Colombia. Esta conquista era de vital importancia para la nueva nación, pues debía asegurar su hegemonía. La misión de Sucre no fue fácil, en vista de la diversidad de intereses implicados en aquella guerra. Las provincias de Quito y Guayaquil se habían alzado en armas en contra del gobierno español; pero, si bien todos estaban de acuerdo con la independencia, no todos estaban a favor de la integración en la Gran Colombia; algunos pugnaban por la unión con Perú, en vista de las relaciones comerciales, y otros preferían la independencia absoluta.

Guayaquil era una de las principales adversarias a la adhesión, pero necesitaba el apoyo del Ejército Libertador. Sucre llegó con tropas en su ayuda, y la tregua firmada con los españoles le permitiría formar un ejército digno para la contienda; simultáneamente, pactó con los guayaquileños acerca de cómo debía ser llevada a cabo la conformación y manutención del llamado Ejército del Sur. Mientras durara el armisticio, el ejército se nutriría de recursos humanos y económicos procedentes de Colombia, pero estaba claro que, conforme se fueran reclutando hombres de la región, comenzaría a depender de los recursos locales.

El éxito acompañó a Sucre desde las primeras operaciones militares; obtuvo un gran triunfo en Yaguachi (mayo de 1821), y, tras sufrir un único revés en Huachi, la campaña del Sur concluyó con la batalla de Pichincha (24 de mayo de 1822), en la que cayó abatido el ejército realista. Pocas horas después, Melchor de Aymerich, presidente de la Real Audiencia de Quito, firmó la capitulación. Con esta victoria de Sucre se consolidó la independencia de la Gran Colombia, se consumó la de Ecuador (que quedó incorporado a la Gran Colombia) y quedó el camino expedito para la liberación de Perú, tras la renuncia de José de San Martín.

La campaña de Perú

En una gran gesta que incluyó la travesía de los Andes con sus tropas, José de San Martín había liberado Chile en 1817. Desde allí transportó por mar un ejército de 4.500 hombres a Perú en 1820; en 1821 proclamó solemnemente la independencia de Perú, pese a que las fuerzas realistas controlaban buena parte del territorio. Cuando en julio de 1822 tuvo lugar la célebre entrevista entre Simón Bolívar y José de San Martín, la posición de este último se hallaba sensiblemente debilitada por las disensiones internas y el hostigamiento de los realistas; desalentado y en desacuerdo con el ideario político de Bolívar, San Martín optó por retirarse y dejar en manos de Bolívar el destino de Perú.

Al igual que San Martín, Bolívar comprendía que Perú, en tanto que centro neurálgico del poder español, era el principal obstáculo para la emancipación del continente; era preciso neutralizar este territorio para salvaguardar la independencia de la Gran Colombia. En 1823 envió a Sucre a Lima para iniciar los preparativos de la campaña de Perú. En febrero de 1824 Bolívar tomó bajo su mando todos los poderes en el país y se hizo cargo de las operaciones militares.


La capitulación de Ayacucho (1824)

Antonio José de Sucre acompañó a Bolívar en la victoriosa batalla de Junín (6 de agosto de 1824) y, al frente del ejército patriota en ausencia de Bolívar, venció al virrey José de La Serna en Ayacucho (9 de diciembre de 1824), batalla en la que brillaron singularmente la extraordinarias dotes de estratega de Sucre. Considerada la más importante de la guerra de emancipación de Sudamérica, la batalla de Ayacucho significó la definitiva liberación de Perú y el fin del dominio español en el continente. El Parlamento peruano nombró a Sucre general en jefe de los ejércitos y, con toda justicia, le otorgó el título de Gran Mariscal de Ayacucho como reconocimiento a su labor.

La república de Bolivia

Durante los primeros meses de 1825, al frente del ejército, Sucre liberó el Alto Perú (la actual Bolivia) y convocó una asamblea constituyente para que a través de la consulta pública se decidieran los destinos del territorio. En ella se presentaron tres tendencias claramente delimitadas: una a favor de la anexión al Río de La Plata, otra a favor de la anexión a Perú, y la tercera a favor de la independencia. La propuesta triunfadora resultó ser la tercera; la asamblea promulgó la independencia (6 de agosto de 1825) y nombró a Sucre presidente vitalicio. Siempre fiel a Bolívar, Sucre encargó al Libertador que redactase una Constitución para la nueva nación: la república de Bolivia.

El mandato presidencial de Sucre fue un empeño de modernización social cuyos ideales igualitarios toparon con la jerarquizada sociedad boliviana. Entre otros asuntos, se preocupó por la organización de la Hacienda Pública, promovió la libertad de los esclavos, distribuyó tierras entre los indios y dio un impulso decisivo a la educación, creando colegios superiores y escuelas primarias en todos los departamentos del país.



Sucre tuvo que abandonar la presidencia a causa de la presión de los peruanos opuestos a la independencia boliviana: las sucesivas revueltas culminaron en el motín de Chuquisaca (18 de abril de 1828), promovido por el batallón de Granaderos del cuartel de San Francisco. Sucre fue herido en su brazo derecho, lo cual le impedía ejercer las funciones de gobierno, y encargó al general José María Pérez de Urdininea que le sustituyese.

La evaluación que haría Sucre de sus años de presidencia sitúa las causas de su fracaso político en factores asociados a la pugna por el poder, la ignorancia y la descomposición del propio sistema societario; en una carta previa a su renuncia había explicado a Bolívar que la debilidad de los edificios políticos que estaban construyendo radicaba en "el mal de sus bases". La sensación de frustración e incluso cierta repugnancia hacia la vida pública llevaría a Sucre a manifestar su deseo de retirarse, y con este objeto partió a Ecuador. Lo esperaban sin embargo nuevas batallas, nuevas misiones de negociación, y la propia muerte.

El fin de la Gran Colombia

En Quito, la noticia del atentado contra Bolívar en Colombia, en septiembre de 1828, irrumpió en la naciente vida conyugal de Sucre, que había contraído matrimonio con Mariana Carcelén, marquesa de Solanda, y le condujo a desdecirse de su decisión de retirarse a la vida privada. La fallida Conspiración Septembrina preludiaba el fin de la Gran Colombia; Sucre lo sabía pero se animó a luchar hasta el final. Por eso, al pronunciarse en torno a aquella tentativa de magnicidio, apoyó a Bolívar en su decisión de haberse declarado dictador de Colombia: el orden debía prevalecer ante todo.


Con su esposa Mariana Carcelén, marquesa de Solanda

Casi simultáneamente, Perú declaró la guerra a Colombia y Sucre fue designado para dirigir el batallón que haría frente a la situación. Esta vez tendría que luchar en contra de sus antiguos aliados de la guerra emancipadora. Sin mayores dificultades, sin embargo, venció a los peruanos en la batalla de Tarquí (27 de febrero de 1829), que llevó a la firma del tratado de Piura. Decidió entonces volver a su retiro y regresó al lado de su esposa; juntos se instalaron en la hacienda de Chishince, en Quito.

A principios de 1830, inmersa ya en un proceso de desintegración, la Gran Colombia convocó en Bogotá el que sería su último congreso. Requerida su presencia, Sucre acudió como representante de la provincia de Cumaná y fue nombrado presidente del evento. Las propuestas de Sucre se orientaron al diálogo y la concertación con los departamentos que todavía conformaban la República. Como parte de la estrategia, Sucre encabezaba la comisión que iría a Venezuela (que para la fecha había entregado el poder a José Antonio Páez y desconocía la autoridad de Bolívar) para negociar la reversión de esa decisión.

Sucre viajó a Venezuela, pero fue detenido en Cúcuta por las autoridades; debía permanecer en esa ciudad hasta que llegaran los emisarios del gobierno con quienes debía dialogar. Sucre les propuso, además de acogerse a la Constitución colombiana, que ningún general o ex general del Ejército Libertador pudiera ejercer cargos de presidente en los departamentos; en el trasfondo, su intención era contradecir el rumor de que él o Bolívar estuvieran aspirando al cargo.

La negociación fracasó, y Sucre, después de regresar a Bogotá e informar al congreso del resultado de sus gestiones, abandonó Colombia invadido por una profunda frustración. Ya tan sólo animado por el reencuentro con su esposa y con su primogénita, emprendió el regreso a Quito. Y en el camino de vuelta, en la sierra de Berruecos (al suroeste de la actual Colombia), fue asesinado en una emboscada, al parecer ordenada por José María Obando, jefe militar de la provincia de Pasto. Como autores materiales fueron señalados José Erazo y Apolinar Morillo, quien diez años más tarde fue apresado y fusilado por esta causa.

Biografía de Santiago Mariño


Resumen Biografia Santiago Mariño. Santiago Mariño Fitzgerald, nació en El Valle del Espíritu Santo (Nueva Esparta), el 25 de julio de 1788. Hijo del capitán Santiago Mariño de Acuña y de Atanasia Carige Fitzgerald, descendiente de irlandeses.

Tras los sucesos del 19 de abril de 1810, fue a Trinidad para el desempeño de una comisión que le fuera encomendada por el Ayuntamiento de Cumaná ante el gobernador británico de la isla.


El 11 de enero de 1813, junto a 44 patriotas que habían emigrado con él a Trinidad, constituyen una junta que decidió liberar al oriente Venezolano del dominio español, y se redactó el documento conocido como el Acta de Chacachacare.


Al día siguiente el Coronel Santiago Mariño y sus soldados invaden el Oriente de Venezuela y combaten durante seis meses, liberando las provincias de Barcelona y Cumaná.


En febrero de 1814, se desplaza con su ejército hacia el centro del país, derrota a José Tomás Boves en la Batalla de Bocachica el 31 de marzo de 1814 y junto a Simón Bolívar consiguen la victoria en la primera Batalla de Carabobo el 28 de mayo de 1814.


Después de la caída de la Segunda República de Venezuela (1814), se marcha con Simón Bolívar a Cartagena, Jamaica y Haití. Participa en la primera expedición de Los Cayos, y llegando a Venezuela en 1816 a la Isla de Margarita, una asamblea proclama a Simón Bolívar Jefe Supremo de la República, y a Santiago Mariño su segundo.


El 30 de mayo de 1821, fue nombrado jefe del Estado Mayor General del Ejército Libertador, y con ese cargo combatió en la Batalla de Carabobo el 24 de junio de 1821.


A partir del año de 1826, dirigió junto a José Antonio Páez el movimiento separatista de La Cosiata o revolución de los morrocoyes.


Derrotado por el Doctor José María Vargas en las elecciones presidenciales de 1834, dirigió el 8 de julio de 1835 la Revolución de las Reformas. Se marcha del país y regresa en el año de 1848, donde el presidente de la República José Tadeo Monagas, lo nombra Comandante General del Ejército para hacer frente al levantamiento en armas del General Páez.


En 1853, es puesto en prisión por su participación en la Revolución de Mayo, pero fue libertado tiempo después.


Sus últimos días los pasó en La Victoria, retirado de las actividades públicas y políticas. Santiago Mariño muere en La Victoria, el 4 de septiembre de 1854. Sus restos reposan en el Panteón Nacional desde el 29 de enero de 1877.